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Género y comercio: Una nueva mirada a la evidencia

2 julio 2012
ITC Noticias

La relación entre comercio y género fue objeto de encendidos debates; unos consideran que la globalización excluyó o empobreció a las mujeres causando una pérdida desproporcionada de puestos de trabajo a raíz de la afluencia de bienes extranjeros en mercados nacionales; otros sostienen que el aumento del comercio contribuye a la igualdad de género, pues genera nuevos puestos de trabajo y crecimiento económico.

Ahora bien, ninguna de esas opiniones es totalmente exacta y hay que matizar. En el caso de muchas mujeres, la incorporación al comercio se tradujo por más puestos de trabajo y conexiones más sólidas con los mercados. De hecho, como se indica en el Informe sobre el desarrollo mundial (IDM 2012) del Banco Mundial, el incremento del comercio internacional tendió a aumentar el empleo femenino, lo que no es muy común en procesos de desarrollo, y el acceso a esos puestos puede empoderar a las mujeres en formas importantes.

Aun así, la globalización por sí sola no elimina las brechas de género y hay pruebas igualmente claras de que persisten brechas significativas que incluso pueden empeorar de cara al comercio y la globalización. Hace falta complementariedad entre políticas y medidas públicas para garantizar que la globalización actúe como una fuerza positiva de la igualdad de género. Asimismo, en las intervenciones relacionadas con el comercio habría que tener en cuenta limitaciones tales como las diferencias en la educación y el acceso a finanzas.

 

Beneficios de la apertura del comercio

En muchos países, la apertura del comercio incrementó las oportunidades de empleo para la mujer, principalmente en la exportación de manufacturas y servicios que se caracterizan por la producción con alto coeficiente de mano de obra. Por ejemplo, en el sector manufacturero de la República de Corea, el empleo femenino pasó de 6% en 1970 a alrededor del 30% a principios de la década de 1990, mientras que en Delhi y Mumbai las mujeres son mayoría en los telecentros que emplean más de un millón de personas (IDM 2012).

El valor de la apertura del comercio va más allá de la mera creación de empleo, pues trae aparejadas otras ventajas como la mayor autonomía que adquieren las mujeres al trabajar fuera de casa en empleos asalariados y beneficios para las futuras generaciones.

Pratima Paul-Majumder y Anwara Begum (2000) informan que en Bangladesh las trabajadoras del sector del vestido tienen una autoestima más alta que las trabajadoras de sectores no exportadores y que algunas decidieron empezar a trabajar incluso oponiéndose a los deseos de su familia. También indican que las trabajadoras del sector del vestido se casan y tienen hijos a una edad más avanzada.

Estudios recientes sugieren que las mejores oportunidades de empleo creadas por la exportación pueden tener efectos positivos para las futuras generaciones. Heath y Mobarak (2011) observan que la creación de puestos de trabajo en el sector del vestido de Bangladesh aumentó las probabilidades de que las niñas de cinco años fueran a la escuela, lo que tal vez obedezca a que los padres quieren prepararlas para un empleo que exige saber leer y escribir, y tener nociones de matemáticas o, simplemente, porque disponen de más ingresos.

Ahora bien, los avances en el empleo no siempre se traducen por la igualdad de salarios; por ejemplo, en la República de Corea, a pesar de una alta demanda de mano de obra, la diferencia salarial entre hombres y mujeres solo disminuyó marginalmente entre 1975 y 1990, (Seguino, 1997).

Según resulta, las mujeres están más expuestas a la inseguridad laboral; citemos el caso de Turquía donde Ozler (2007) constató que la tasa bruta de recolocación de las mujeres es más alta que aquella de los hombres, lo que da a entender que la situación de la mujer en el empleo es más volátil. Asimismo, al analizar el impacto de la liberalización del comercio en Chile, Levinshon (1999) descubrió que a menudo esas tasas son dos veces más altas en el caso de las mujeres que en el de los hombres.

Una cuestión sistémica es que los patrones de segregación en el empleo por consideraciones de género pueden surgir en nuevos sectores y ocupaciones a medida que las empresas ascienden en la cadena de valor. Por ejemplo, cuando los países de Asia oriental se fueron orientando a manufacturas que requieren calificaciones hubo una desfeminización de la fuerza de trabajo: entre 1980 y 2008 el empleo femenino en el sector pasó del 50% al 37% en Taipei Chino y del 39% al 32% en la República de Corea (Berik, 2008; OIT, 2011).

Por lo tanto, las brechas de género pueden seguir arraigadas frente a la liberalización del comercio e incluso agravarse. Citemos el ejemplo de la agricultura donde los derechos más débiles de la mujer en lo que respecta a la propiedad de la tierra y su escaso acceso a insumos de producción pueden limitar su capacidad de beneficiarse de la apertura del comercio en dicho sector.

Las diferencias de capital humano también pueden limitar el acceso de la mujer a nuevas oportunidades. Aunque las brechas de género se redujeron considerablemente en la escolarización, la elección de los campos de estudio (asociada con diferentes oportunidades de carrera) sigue siendo un problema de talla. Por ejemplo, en la educación superior es más probable que las mujeres opten por alguna disciplina relacionada con la salud y la educación antes bien que por la ciencia, la ingeniería o la construcción (IDM 2012). Además, en el caso de los grupos más desfavorecidos, como la población de zonas rurales apartadas, la deserción escolar es más frecuente en las niñas que en los niños. Por último, las empresas pueden subinvertir en formación de las trabajadoras, lo que refleja la opinión de que hay menos probabilidades de que los hombres abandonen el trabajo remunerado para ocuparse de las tareas domésticas (Seguino y Growth, 2006).

 

La complementariedad de políticas y medidas es crucial para abordar las brechas

Hacen falta políticas proactivas para contrarrestar las desigualdades de género y, al respecto, cabe señalar casos prometedores.

En el IDM 2012 se estima que eliminar las barreras al trabajo de la mujer en determinados sectores u ocupaciones no solo reduciría las diferencias de productividad entre trabajadoras y trabajadores de un tercio a la mitad, también aumentaría la producción por trabajador entre un 3% y un 25% en distintos países. Las políticas destinadas a reducir la brecha de género en competencias y bienes materiales, por lo general son importantes y también pueden ampliar la capacidad de la mujer de beneficiarse del comercio.

En las intervenciones relacionadas con el comercio habría que considerar en qué medida las políticas centradas en el género pueden surtir un efecto económico multiplicador. Por ejemplo, en Uganda, el algodón es un importante rubro de exportación que producen minifundistas. Entrevistas con unos 500 cultivadores de cuatro regiones revelaron una gran diferencia de productividad entre cultivadoras y cultivadores (Baffes, 2009, 2010), lo que revela las ganancias que se podrían obtener colmando la brecha de género en la agricultura. A su vez, las intervenciones para reducir la discriminación de género y mejorar las condiciones laborales en los lugares de trabajo pueden aumentar la competitividad. Aunque la investigación en este campo es escasa, existen algunos ejemplos: en el marco del Programa Better Work que la Corporación Financiera Internacional y la Organización Internacional del Trabajo llevan a cabo en el sector del vestido de Viet Nam, con un alto coeficiente de mano de obra femenina, se promovió el cumplimiento de las normas del trabajo, incluida la elección de representantes de los trabajadores, lo que facilitó la solución de problemas dando lugar a tomar decisiones más efectivas en las fábricas y contribuyó a que estas fueran más competitivas (CFI, 2012).

La globalización puede crear nuevas oportunidades para las mujeres, pero según resulta, las brechas persisten por falta de complementariedad de políticas y medidas. Si bien el análisis desglosado por sexo reviste singular importancia en la elaboración de programas relacionados con el comercio, profesionales del desarrollo y formuladores de políticas también necesitan más información sobre el impacto en hombres y mujeres de las intervenciones relacionadas con el comercio, información que alimente un diálogo y un quehacer políticos que sean productivos y se basen en los hechos.

 

Nota: Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente de las autoras y no reflejan aquellas del Banco Mundial ni sus directores ejecutivos. Las autoras agradecen a Ian Gillson, Kayoko Shibata Medli y Sarah Twigg por sus valiosos comentarios.

 

Incorporación de consideraciones de género en el análisis de las cadenas de valor

A fines de la década del 2000, Afganistán era el séptimo exportador mundial de pasas de uva y el octavo de almendras (por valor de $EE.UU. 150 millones y $EE.UU. 110 millones respectivamente). El análisis de la cadena de valor de esos productos revela que mujeres de zonas rurales se ocupan de la recolección y la elaboración básica en el huerto o el recinto de su casa. Los hombres procuran los vínculos de su hogar con los mercados, ya sea yendo a comprar suministros en el mercado local o vendiendo la producción.

También se constatan restricciones en la movilidad y el acceso a servicios de las mujeres, ya que no se les permite relacionarse con hombres que no sean de la familia, trabajar fuera de casa sin permiso de algún hombre de la familia, viajar fuera de su pueblo ni poseer tierras; prácticas que reducen su movilidad y su acceso a servicios, incluidos insumos y vínculos con el mercado.

Se pueden crear oportunidades para la mujer mediante la movilización de grupos femeninos; la creación de servicios de extensión para mujeres; cursos para capacitarlas en recolección, gestión y control de la calidad e informática con fines de información y marketing, así como otorgándoles subsidios de innovación.

Fuente: 'Understanding gender in agriculture value chains: the case of grapes/raisins, almonds, and saffron in Afghanistan', Banco Mundial, 2011.

 

Facilitación del comercio transfronterizo que ejercen mujeres

Aunque es difícil establecer el número exacto, según estimaciones, las mujeres representan una gran parte del comercio informal transfronterizo en África Meridional y más del 70% de los comerciantes transfronterizos entre Mozambique y Sudáfrica.
Una encuesta reciente sobre comerciantes en cuatro importantes pasos de frontera entre Burundi, la República del Congo, Rwanda y Uganda revela que mujeres jóvenes y comerciantes experimentadas son mayoría. Dichas comerciantes se exponen a graves riesgos y pérdidas en cada paso de frontera, incluidos insultos, pedidos de sobornos, amenazas, multas, acoso sexual y confiscación de bienes. También revela que el 95% de las comerciantes quiere invertir en su negocio, pero no lo logra por el actual entorno fronterizo y la falta de acceso a financiación. Varias intervenciones públicas podrían mejorar la vida de las comerciantes transfronterizas, entre ellas, mejorar tanto el profesionalismo de los funcionarios y sus conocimientos en materia de género como las instalaciones en los pasos de frontera para reducir al mínimo los riesgos para la incolumidad y la seguridad.

 

Fuentes: Brenton et al, 2011. “Risky Business: Poor Women Cross-Border Traders in the Great Lakes Region of Africa” Africa Trade Policy Note 11, Banco Mundial, Washington, D.C. Lesser and Moisé-Leeman. 2009. “Informal Cross-Border Trade and Trade Facilitation Reform in Sub-Saharan Africa”, Trade Policy Working Paper 86, Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos, París.