Discursos

El papel del comercio en el fomento del crecimiento inclusivo

9 noviembre 2017
ITC Noticias
Discurso pronunciado por la Directora Ejecutiva del ITC, Arancha González, en la Universidad de Tokyo
Tokyo (Japón) - 12 de diciembre de 2016

Es para mí un honor estar hoy aquí en Tokyo con Uds. para hablar del papel del comercio en el fomento del crecimiento inclusivo, especialmente en los países en desarrollo.

El Centro de Comercio Internacional, para aquellos de Uds. que no lo conozcan, fue fundado en 1964 (hace ya más de 50 años) porque nuestras organizaciones matrices, las Naciones Unidas y el GATT (lo que ahora se conoce por Organización Mundial del Comercio), se dieron cuenta de que los países en desarrollo y sus empresas necesitaban ayuda para beneficiarse más de la liberalización de la economía global. Desde el primer día, el ITC ha trabajado para fomentar el desarrollo y el crecimiento impulsados por el comercio. Así como la OMC hace posible el comercio a través de negociaciones comerciales, el ITC hace que el comercio tenga lugar sobre el terreno.

Aun cuando encabezo una organización comprometida con el comercio y el desarrollo, abruma un poco abordar este tema aquí en Japón. Si hay un país que encarne las posibilidades del crecimiento impulsado por el comercio, ese es Japón.

El modelo de crecimiento impulsado por el comercio ha sido descrito como «importar lo que el mundo sabe y exportar lo que el mundo necesita». Y, como todos Uds. saben bien, eso es precisamente lo que Japón ha hecho.

En las décadas que siguieron a la Restauración Meiji, Japón se convirtió en el primer país no occidental que llegaba a ser una potencia industrial. El comercio desempeñó un papel esencial a la hora de impulsar la transformación económica de Japón, a medida que su cesta de productos pasaba de la seda cruda y los productos mineros a los hilados de algodón, las prendas de vestir y, finalmente, el acero, la maquinaria pesada y los automóviles.

A partir de 1945, el comercio volvió a tener un papel destacado en el milagro económico japonés. Para finales de los años 60, Japón se había convertido en la segunda economía más grande del mundo. Sus exportaciones habían estado creciendo el doble de rápido que la media de la OCDE. Nuevas compañías como Sony y Honda se volvieron nombres muy familiares en todo el mundo. La ««marca Japón» estaba en pleno apogeo y se vio muy favorecida por el comercio.

Durante las décadas milagrosas, gurús empresariales de todo el mundo vinieron aquí a maravillarse de la coordinación de la economía por parte del Ministerio de Industria y Comercio Internacional. Examinaron las prácticas empresariales japonesas y llegaron a la conclusión de que el sistema keiretsu de empresas coaligadas entre sí permitía la inversión y el pensamiento estratégico a largo plazo.

Los años posteriores a 1990 no han dispensado tan buen trato al prestigio del modelo japonés. Y sin embargo, en términos de ingresos per cápita, los resultados económicos de Japón no han sido tan distintos de los de los países con niveles de desarrollo similares. El flojo crecimiento ha tenido más que ver con el envejecimiento demográfico del país que con una caída de la productividad tras la burbuja.

Japón destaca también por su relativamente igualitaria distribución de los ingresos. Los frutos del milagro económico japonés de la posguerra se repartieron de una forma muy amplia. Aun cuando la desigualdad ha crecido algo en los últimos años, la proporción de los que más ganan con respecto al total de ingresos sigue siendo relativamente baja en Japón. Es de destacar que esta igualdad relativa se logra por medio de sus estructuras de mercado, y no, como sucede en el norte de Europa y Canadá, mediante impuestos y transferencias. Ante la actual preocupación generalizada sobre la desigualdad en los ingresos, Japón tiene importantes lecciones que impartir al resto del mundo.

Además, Japón demuestra que es posible compensar algunos de los efectos del rápido envejecimiento de la población integrando a más personas en el mercado laboral, sobre todo a las mujeres. Desde 2003, el número de japoneses con edades comprendidas entre los 15 y los 64 se ha reducido en más de 8 millones. Sin embargo, el número de trabajadores en esa franja de edad ha aumentado: este crecimiento ha sido el resultado del acceso de las mujeres al mercado laboral. El Primer Ministro, Shinzo Abe, acierta plenamente cuando habla de «womenomics» (juego de palabras con «women» —mujeres— y «economics» —economía—).

Más tarde volveré sobre la relevancia de empoderar a las mujeres como agentes económicos, pero primero me gustaría hablar un poco más acerca de por qué el comercio es importante para el desarrollo, y por qué a menudo se necesita hacer un esfuerzo especial para garantizar que todos puedan beneficiarse del comercio.

Pensemos en las características de los países en desarrollo: montones de personas ligadas a agricultura de subsistencia y servicios de gama baja. Gran parte del proceso de desarrollo consiste en una «transformación estructural», en sacar a las personas y los recursos de tales actividades de subsistencia e integrarlos en trabajos más productivos.

Aquí es donde el mercado global puede desempeñar un papel clave. En los países en desarrollo, las actividades que participan en el comercio tienden a ser mucho más productivas que el resto de la economía. Y los mercados internacionales son mucho más grandes que los pequeños mercados nacionales. Por ello, sacar a las personas y el capital de los trabajos de subsistencia e integrarlos en empresas que produzcan bienes y servicios comercializables tiende a hacer que la economía sea más productiva en general.

Japón fue, por supuesto, uno de los primeros países en conseguir transformarse estructuralmente gracias al impulso del comercio. Ello fue el resultado de políticas nacionales inteligentes y del trabajo duro de millones de japoneses anónimos. Pero también se hizo posible gracias a la transformación tecnológica que redujo los costos de envío y comunicación. Y gracias a una economía mundial basada en normas que mantuvo los mercados abiertos de forma predecible. Imaginen qué habría pasado si los mercados internacionales hubieran cerrado sus puertas bruscamente en el momento en que los fabricantes estadounidenses de automóviles se hubieran puesto nerviosos ante la competencia de los Toyotas y Hondas importados. O si las compañías electrónicas ya consolidadas se hubieran sentido amenazadas por recién llegados japoneses como Sony. Adiós al milagro económico japonés. Adiós al milagro asiático que tanto ha supuesto para la economía mundial.

En las últimas décadas, muchos otros países (sobre todo China) han seguido el ejemplo japonés, adoptando políticas orientadas al mercado y usando la economía global para impulsar el crecimiento y el desarrollo.

El resultado ha sido una reducción de la pobreza de dimensiones nunca vistas. La renta mediana mundial (no confundir con la renta media) ha crecido más del doble a lo largo de la última década. La esperanza de vida, por poner un ejemplo importante, ha aumentado considerablemente, incluso en algunos de los países más pobres.

En 1960, la esperanza de vida en Japón era de 67,6 años, seis menos que Noruega, país que lideraba por aquel entonces la clasificación mundial. En lo que más tarde se convertiría en Bangladesh, no obstante, la esperanza de vida era de apenas 40 años.

Adelantemos el reloj hasta llegar al año 2015. Japón se había convertido en el hogar de las personas más longevas del mundo, con una esperanza de vida superior a los 83 años. Los bangladesíes, entre tanto, podían esperar vivir hasta los 72 años de edad.

Estos avances en el crecimiento y el desarrollo humano han convertido en una aspiración realista lo que antaño se consideraba impensable. En 2000, cuando se adoptaron los Objetivos de Desarrollo del Milenio, los líderes mundiales se comprometieron a reducir la pobreza extrema a la mitad. El año pasado, cuando se adoptaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible, los gobiernos apuntaron más alto: erradicar la pobreza extrema para 2030.

Debo decir que Japón nunca se limitó a exportar bienes manufacturados. Su propia experiencia sirvió de poderoso ejemplo de éxito para los países de toda la región. Las compañías japonesas invirtieron en instalaciones de producción y redes de proveedores por toda Asia Oriental, esparciendo la semilla del «milagro del este asiático» y creando los precursores de las cadenas de valor internacionales que dominan la fabricación hoy en día. La ayuda focalizada también desempeñó un importante papel: en los años 50, Japón desarrolló estructuras públicas y privadas muy eficaces para difundir el aprendizaje tecnológico y mejorar la productividad en toda la economía. A partir de los años 60, Japón empezó a exportar su modelo por toda Asia: la Organización Asiática de Productividad fue fundada en Manila en 1961. Y en 1978, justo cuando China empezó a aplicar sus primeras reformas en el mercado, el Centro de Productividad de Japón abrió una oficina en China.

Pero, siempre hay un «pero». Echando la vista atrás al medio siglo pasado, los países que han conseguido mantener un rápido crecimiento en lugar de alternar periodos de auge y de depresión han sido los que han participado activamente en el comercio de bienes y servicios de valor añadido. No obstante, esta historia de desarrollo e integración comercial siempre ha estado marcada por la exclusión: ya sea de países enteros o de grupos marginales dentro de los mismos.

Dedicaré el resto de mi intervención a la forma en que podríamos actuar para corregir esta exclusión, lo que será esencial si pretendemos lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas de erradicar la pobreza extrema para 2030.

Una de las claves para ello es contar con un programa de integración bastante convencional: recortar los costos comerciales mediante la inversión en puertos y carreteras, simplificar las normas aduaneras y reducir las barreras arancelarias y no arancelarias a nivel regional y global.

Otra de las claves es velar por que los beneficios del comercio vayan a parar allí donde más impacto produzcan. Esto supone prestar un apoyo concreto para que las pequeñas y medianas empresas (pymes) puedan acceder al comercio. También conlleva intervenir para garantizar que las mujeres, los jóvenes y demás grupos económicamente marginados puedan crear empresas y conectar con las cadenas de valor internacionales.

¿Por qué son importantes las pymes? Los empleos son la vía principal a través de la cual la mayoría de las personas participan del crecimiento, y las pymes representan la mayoría de los puestos de trabajo. Cuando las pymes son capaces de impulsar su competitividad y conectar con las cadenas de valor internacionales, registran por lo general incrementos de empleo, salarios y productividad particularmente elevados. Lo que a su vez conduce a un crecimiento inclusivo. Ese es el motivo por el que el ITC se centra en conectar a las pymes con los mercados internacionales. Nuestro estudio señala los tipos de reformas que producirían el máximo beneficio en términos de mayor competitividad comercial y productividad de la pyme.

El Ministerio de Economía, Comercio e Industria de Japón ha llegado a una conclusión similar: su Libro Blanco sobre las Pequeñas y Medianas Empresas en Japón de 2016 destaca la importancia de la expansión en el exterior para impulsar las ganancias de las pymes. Sugiere que un mejor uso de las tecnologías de la información y un mejor acceso al capital podrían ayudar a las pymes a ir más allá de las fronteras de su país. No obstante, en el caso de Japón, el desafío empieza en casa. El número de pymes ha caído y resultan menos atractivas para los jóvenes, que tienen un capital más reducido y temen asumir riesgos.

Otro motivo por el que las pymes son tan importantes es que son las que más contratan, con diferencia, a mujeres.

El empoderamiento económico de las mujeres no es tan solo un imperativo moral; es un imperativo económico y social. Cuando las mujeres reciben una paga por su trabajo y controlan la forma en que gastan su dinero, invierten una parte mucho mayor de sus ingresos en la educación y salud de sus familias que la que invierten los hombres.

Los beneficios se amplifican de unas generaciones a otras. Una mayor representación de las mujeres en todos los niveles es bueno para la rentabilidad corporativa, y también para los indicadores de competitividad del país. A nivel mundial, la discriminación de las mujeres nos cuesta billones de dólares al año. En Japón, el costo es del orden de 12 puntos porcentuales del PIB.

Ampliar la participación de las mujeres en la economía va más allá de las políticas económicas, del acceso a la financiación y de la contratación pública y corporativa. También requiere de políticas sociales y de un cambio en la sociedad. Japón está trabajando para impulsar dicho cambio, pero también subraya que los progresos llevarán tiempo. A pesar del incremento de tres puntos porcentuales en el índice de participación femenina en el mercado laboral, Japón sigue por detrás de otros países con niveles de desarrollo similares. La cifra actual, 66 %, palidece en comparación con el índice de participación masculina del propio Japón, superior al 80 %. Solo aproximadamente uno de cada diez puestos directivos está ocupado por una mujer. Y aunque Japón ha implantado uno de los permisos de paternidad más generosos del mundo, son pocos los hombres que se acogen a él. Políticas oficiales sobre el cuidado infantil, un cambio en la cultura corporativa, abordar el trabajo no remunerado y la exhibición de modelos contribuiría a una mayor participación de las mujeres japonesas en la economía y a un mayor y mejor crecimiento de la misma.

En el ITC, el empoderamiento económico de las mujeres nos preocupa a todos. Nuestra iniciativa SheTrades está trabajando para conectar a un millón de empresarias con los mercados para 2020. Como parte de la iniciativa, hemos invitado a empresas, gobiernos y grupos de la sociedad civil a que formulen compromisos específicos y mensurables que contribuyan a lograr este objetivo, reformando leyes discriminatorias, adquiriendo más bienes y servicios a empresas propiedad de mujeres y velando por que las mujeres tengan un acceso justo al capital. También hemos lanzado una web y una aplicación móvil para mujeres empresarias, llamada SheTrades.com, que les permite mostrar los bienes y servicios que ofrecen y conectar con los clientes.

Una última observación sobre el comercio en el siglo XXI: tiene que ser más sostenible. Esto es lo que demandan los consumidores. Esto es a lo que tienden los productores. Una mayor sostenibilidad medioambiental y social, una mayor protección del consumidor y un mayor respeto por el derecho a la intimidad son los imperativos para pasar del comercio al «buen comercio».

Para concluir, quisiera decir que Japón ayudó a inventar el modelo de crecimiento impulsado por el comercio. Ahora tiene la oportunidad de liderar la ampliación de los beneficios a los países y los pueblos que han sido relegados a los márgenes de la economía mundial. Eso sería bueno para el mundo y bueno para Japón.