Discursos

El comercio en una era de creciente populismo

3 abril 2018
ITC Noticias
Discurso pronunciado por la Directora Ejecutiva del ITC, Arancha González, en la Universidad de Keio (Tokio), el 2 de noviembre de 2017

Siempre es un placer volver a Tokio y un gran honor estar aquí, en la Universidad de Keio.

Tengo entendido que esta universidad y su fundador, Yukichi Fukuzawa, desempeñaron un importante papel en el desarrollo de la moderna cultura japonesa del discurso público y el debate, lo que me pone hoy el listón muy alto: ¡espero dar la talla!

Para ayudarnos a reflexionar sobre la amenaza que representa actualmente el populismo para el comercio mundial y la economía global abierta, me gustaría explicar a grandes rasgos cómo hemos llegado a la situación en la que nos encontramos. También voy a hablar del lugar que ocupa mi organización, el Centro de Comercio Internacional.

Lo cierto es que existe una extraña dicotomía en el modo en que enfocamos el comercio en estos momentos. Tenemos muchos motivos para estar satisfechos con respecto al papel que el comercio ha desempeñado en nuestra prosperidad colectiva, pero sin embargo, el escepticismo abunda, sobre todo entre los países que antaño fueron grandes impulsores del comercio libre y abierto. Existe escepticismo con respecto al comercio, con respecto a los acuerdos comerciales y con respecto al sistema multilateral de comercio en sí.

Pero, antes de nada, ¿por qué tenemos motivos para estar satisfechos? Bien, pues porque, según las medidas más objetivas del desarrollo humano, las cosas nunca han ido mejor. Según el Banco Mundial, en 2016, por primera vez en la historia desde que existen registros, menos del 10 % de la población mundial vivía por debajo del umbral de pobreza de 1,90 dólares al día. En 1981 sin ir más lejos, más de 4 de cada 10 personas vivían en condiciones de pobreza extrema.

Hoy en día, los seres humanos estamos más sanos y tenemos mayor nivel educativo y menos probabilidades de morir en el parto o en la infancia que cualquier generación anterior. Y estas mejoras se han producido increíblemente rápido: después de la década de 1820, al Reino Unido recién industrializado le costó un siglo entero lograr unas reducciones equiparables de la pobreza.

La causa principal de este marcado descenso de las privaciones ha sido el rápido crecimiento económico, especialmente en países en desarrollo muy poblados como China, la India y el Brasil. Y si bien gran parte del repunte experimentado en el crecimiento ha tenido que ver con la adopción de políticas nacionales orientadas al mercado, la economía mundial abierta ha sido un factor esencial a la hora de hacer posible ese rápido crecimiento.

Lo que ahora consideramos el modelo moderno de crecimiento impulsado por el comercio fue en realidad inventado, más o menos, por el Japón durante su renacimiento económico tras la guerra.

En la década de 1960, la media anual de crecimiento de las exportaciones del Japón se situó prácticamente en el 17 % debido a que el país diversificó su producción de artículos textiles de seda y algodón y otras manufacturas ligeras para incluir los automóviles y la electrónica. Las empresas japonesas adquirieron fama de pioneras en la introducción de innovaciones en la gestión de las líneas de montaje, así como un compromiso por la mejora continua. La marca «Fabricado en el Japón» evolucionó desde designar importaciones de bajo costo a ser sinónimo de garantía de alta calidad y atención al detalle.

El poder del ejemplo del Japón ayudó a inspirar a otros países en desarrollo a intentar utilizar el comercio para salir de la pobreza. A muchos de ellos les funcionó. Al permitir a los países «importar lo que el mundo sabe y exportar lo que quiere», los mercados abiertos hacen que estos puedan sobrecargar la «transformación estructural» en el núcleo del proceso de desarrollo.

Países de toda Asia, desde Corea hasta Singapur y Tailandia, seguidos por China y, más tarde, por la India, han sabido utilizar la demanda internacional para sacar a las personas y el capital de la agricultura de subsistencia y llevarlos a empresas dedicadas a bienes y servicios comercializables más productivos. El crecimiento se disparó. Los índices de pobreza cayeron en picado.

Luego volveré a referirme a este punto, pero quiero que lo recuerden: las normas internacionales desempeñaron un importante papel a la hora de mantener los mercados previsiblemente abiertos. Tras la unión del Japón al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) en 1955, el país pudo acceder, en términos explícitos y cada vez más abiertos, a las mayores economías del mundo. Las empresas japonesas podían comprometer dinero para invertir en fábricas, seguras al saber que sus productos no serían rechazados por los mercados de exportación.

Sabemos que la creciente capacidad de exportación del Japón puso nerviosos a sus competidores, tanto en los Estados Unidos como en otros lugares. La célebres «limitaciones voluntarias de las exportaciones» llegaron a ser un problema años más tarde. Pero en líneas generales, los mercados se mantuvieron abiertos a las exportaciones del Japón y la puerta de su milagro de crecimiento no se cerró bruscamente.

Por el momento, al menos, los mercados internacionales se han mantenido amplia y predeciblemente abiertos. En 1995, el GATT se convirtió en la Organización Mundial del Comercio, ampliando la cobertura de las reglas del comercio mundial.

Junto con la caída de los costes del transporte y las comunicaciones, los mercados abiertos han propiciado una revolución en la naturaleza de la producción industrial. En vez de producir bienes de principio a fin en una misma fábrica, las empresas pueden ahora ubicar cada paso del proceso de fabricación en el lugar del mundo en el que los costes de producción sean más favorables. Y hemos avanzado mucho hasta llegar al comercio de componentes en lugar del comercio del producto final terminado.

En la década de 1970, las empresas japonesas ayudaron a sentar las bases de la actual «Fábrica Asia» cuando invirtieron en la fabricación de radios a transistores de bajo costo en Hong Kong, por ejemplo. En la actualidad, las cadenas de valor multinacionales conectan a empresas americanas, japonesas y coreanas con fábricas situadas cerca de Ciudad Ho Chi Minh y complejos de oficinas de Bangalore.

Los mercados abiertos de bienes y servicios, integrados en el orden multilateral basado en normas, son los impulsores clave del rápido crecimiento «convergente».

Esto no quiere decir que todos los países o sectores de la población hayan tenido un papel en esta historia de crecimiento impulsado por el comercio. Muchos países en desarrollo, incluso algunos grupos dentro de los países desarrollados, se han quedado al margen. Lejos de converger, se han quedado aún más rezagados en términos relativos, lo que ha llevado a denominarlos "los mil millones más pobres". Incluso en los países en desarrollo de más rápido crecimiento, son muchas las personas y comunidades situadas en la base de la pirámide —en su mayor parte, mujeres— que no han participado de los beneficios de la creciente prosperidad.

El Centro de Comercio Internacional —la rama de la Organización Mundial del Comercio y las Naciones Unidas dedicada al desarrollo de las capacidades comerciales— tiene por objeto ayudar a las empresas de estos países y comunidades a conectar con los mercados internacionales. Nos centramos en las microempresas y las pequeñas y medianas empresas, o mipymes, porque en ellas trabaja la mayoría de las personas. Colaboramos con los gobiernos para ayudarles a mejorar el entorno político. Trabajamos con organismos, nacionales y regionales, de promoción del comercio y la inversión para ayudarles a mejorar la ayuda que prestan a las mipymes para que hagan negocios en el extranjero. Y trabajamos directamente con las propias mipymes, desde tejedoras de seda de Camboya y empresas de tecnología de Bangladesh a productores de soja del Togo, para ayudarles a satisfacer los requisitos de los mercados de exportación y a conectar con compradores extranjeros.

El ITC también hace otras cosas, como, por ejemplo, crear herramientas en línea para ayudar a las empresas a entender las tendencias del mercado y los obstáculos al comercio, y realizar análisis y estudios originales sobre la competitividad de las mipymes. En todo lo que hacemos nos preocupamos especialmente por trabajar con empresas dirigidas por mujeres y jóvenes, porque cuando estas empresas logran aprovechar el comercio internacional, los beneficios socioeconómicos son especialmente elevados y duraderos.

Hemos visto que el comercio es útil para los países en desarrollo. ¿Y qué hay de los países que ya han «convergido»? ¿Es importante el comercio para los países que ya han alcanzado la frontera tecnológica?

Sí, incluso si los efectos no siempre parezcan ser ni siquiera visibles. El comercio es una herramienta que permite aumentar la productividad porque propicia el aumento de la especialización y la escala. Gracias al comercio abierto, el dinero de nuestros bolsillos llega más lejos. Sin la cadena de valor internacional en la que se fabricó, su teléfono no existiría o, si existiera, costaría mucho más.

Entonces, ¿dónde estamos hoy? La apertura de la economía mundial ha propiciado la más rápida reducción de la pobreza mundial de la historia. Ha incrementado su poder adquisitivo y el mío, ha ampliado la oferta para los consumidores, y ha hecho posibles, y asequibles, nuevas intervenciones. El comercio de ideas cada vez es mayor y estamos creando un ecosistema para los trabajos y las competencias del mañana.

Pero como decía al principio, el escepticismo abunda, particularmente en el epicentro del Atlántico Norte de la crisis financiera de 2008 y 2009.

El Brexit ha sido muchas cosas, pero, hasta cierto punto, representa la decisión del Reino Unido de abandonar el mayor mercado común del mundo. La campaña vencedora del actual Presidente de los Estados Unidos fue abiertamente crítica con el comercio basado en normas y sus efectos sobre los trabajadores americanos.

Para ser justos, también ha habido un impulso político al comercio, una especie de reacción negativa a la reacción negativa. El acuerdo comercial de la Unión Europea con el Japón es un ejemplo de ello. Como también lo son los esfuerzos realizados por el resto de los miembros del Acuerdo de Asociación Transpacífico por seguir adelante con el acuerdo, incluso sin Washington.

En Asia, donde el apoyo al comercio ha seguido siendo elevado en términos generales, prosiguen las conversaciones sobre una Asociación Económica Integral Regional que conectaría a los diez países de la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN) con el Japón, China, la India, Corea y Australia. Cabe señalar que incluso en Asia los gobiernos más optimistas con respecto al comercio tienden a registrar excedentes por cuenta corriente: todos parecemos estar más ansiosos por exportar que por importar. Esto no puede tener sentido a escala mundial, a menos que todos como planeta seamos capaces de abrir un comercio lucrativo de exportación con algún planeta lejano desconocido.

No obstante, la amenaza populista contra el comercio es real, en especial a ambos lados del Atlántico, y debe ser combatida por los gobiernos y las empresas de todo el mundo.

El comercio es, por su propia naturaleza, una actividad con resultados positivos: yo comercio contigo, y tú conmigo, porque los dos pensamos que salimos ganando con la transacción. Pero los populistas creen en ganadores y perdedores, no en intercambios con resultados positivos.
Si bien no ha habido una utilización generalizada de las medidas proteccionistas, la propia retórica empieza a afectar a los asociados en el comercio y la inversión. Imagínense que representan a una empresa que está a punto de firmar contratos para invertir en el país X. Si hubiera indicios de que el acuerdo de comercio que garantiza su acceso a los mercados de los países vecinos Y y Z podría romperse, es posible que se lo pensaran dos veces antes de firmar.

¿Por qué están demostrando ser tan populares las políticas anticomercio? La respuesta radica en gran parte en que no ha habido uno, sino dos grandes excluidos de los beneficios de la globalización.

Del primero acabo de hablar: los países y las comunidades pobres que han languidecido al margen de la economía mundial.

La segunda exclusión —como he insinuado antes— no se ha producido en las economías más pobres del mundo, sino en las más ricas. En las economías avanzadas algunas personas y comunidades no han participado de los beneficios y las oportunidades del comercio. Por su peso electoral colectivo, y el poder de los países a los que pertenecen, este segundo grupo es el que está detrás de la incertidumbre existente en torno al futuro de la economía mundial abierta.

Lo cierto es que durante la última generación, en varias economías avanzadas los líderes políticos no han reconocido que el comercio perjudicaría a algunos trabajadores, aun cuando enriqueciera a los países en su conjunto. Probablemente, unos cuantos de aquellos puestos de trabajo en las fábricas de Viet Nam surgieron a costa de los de trabajadores del norte de Inglaterra o de Francia. En lugar de utilizar las políticas tributarias, laborales y educativas para remediar los efectos negativos, los gobiernos hicieron muy a menudo todo lo contrario. En lugar de preparar a los trabajadores desplazados con competencias y redes de seguridad, el efecto de la política consistió en aumentar su exposición a la inseguridad laboral y salarial.

Como resultado de ello, algunos grupos han cargado con la peor parte del ajuste económico mientras que las mayores ganancias han ido a parar a unos pocos afortunados. Es lo que yo llamo la ratio 99:1. Ahora están votando con su descontento. Aunque el cambio tecnológico ha causado muchas más pérdidas de puestos de trabajo, el comercio se ha convertido en un chivo expiatorio, pues es más fácil culpar a los extranjeros que dar razones en contra de unas máquinas mejores.

Lamentablemente tanto para los populistas como para quienes les apoyan, el proteccionismo no puede hacer realidad sus promesas. La ralentización del crecimiento de la productividad ya es motivo de preocupación en las economías más avanzadas. El cierre de los mercados agravaría este problema. No sería más fácil, sino más complicado, responder a las aspiraciones de los votantes mientras se pagan las facturas, cada vez más abultadas, de salud y de las pensiones de unas sociedades en proceso de envejecimiento. Por otra parte, para los países en desarrollo, el cierre de los mercados supondría menos posibilidades de desarrollo.

El proteccionismo es una respuesta poco meditada intelectualmente a los retos de la globalización y el cambio tecnológico. Si nos cerramos al mundo hoy no nos puede ir mejor de lo que le fue al shogunato Tokugawa.

Con la vista puesta en el futuro, el Japón tiene varias lecciones que impartir al resto del mundo sobre ambos tipos de exclusión.

El Japón ha trabajado durante décadas para incluir a los países excluidos en la corriente económica internacional. En 1961 el Japón fundó en Manila la Organización Asiática de Productividad con el fin de compartir su experiencia institucional nacional en el fomento del aprendizaje tecnológico y el aumento de la productividad. Y en 1978, justo cuando China empezaba a ejecutar reformas en su mercado, el Centro de Productividad del Japón inauguró una oficina en China. En la actualidad, las empresas japonesas tienen margen para trabajar con el Gobierno y con organismos internacionales como el ITC para fomentar la producción orientada al exterior y la adición de valor en África y en otros lugares.

El Japón puede también dar lecciones sobre crecimiento inclusivo en el seno de las economías avanzadas.

Puede que a alguno de ustedes le sorprenda. Ahora que se están preparando para acceder al mercado laboral, sin duda son conscientes de las diferencias en términos de perspectivas que existen para las personas que consiguen puestos fijos y buenos nada más terminar la universidad y aquellas otras que se quedan atrapadas en una sucesión de empleos de corta duración durante toda su carrera profesional. Si bien a ustedes, como graduados de Keio, es probable que les vaya bien, estos son retos reales que exigen respuestas políticas reales.

En el ITC tenemos un interés egoísta en que las empresas japonesas contraten a más profesionales en el ecuador de su carrera profesional. ¡Así resultaría más fácil que los jóvenes japoneses apasionados por las mipymes y por el desarrollo impulsado por el comercio vinieran a trabajar con nosotros durante algún tiempo!

Pero volviendo al tema de las lecciones que puede impartir el Japón a las economías avanzadas, comparen el crecimiento de este país y sus resultados en términos de inclusión con los de otros países de niveles de desarrollo similares. Incluso después de la década de 1990, la producción per cápita se ha mantenido bastante bien.

El Japón destaca por su distribución relativamente equitativa de los ingresos. Los frutos del milagro económico del Japón de la posguerra se compartieron muy ampliamente, y la desigualdad en los ingresos sigue siendo relativamente reducida. Es más: esta igualdad relativa se ha conseguido principalmente mediante salarios de mercado, y no, como en el Canadá y en algunos lugares de Europa, a través de impuestos y transferencias. Los beneficios de las pequeñas y medianas empresas están alcanzando récords históricos. En las grandes empresas que cotizan en bolsa, los consejeros delegados japoneses ganan unas 67 veces más que los trabajadores de a pie. En los Estados Unidos, la proporción es de 347 a 1 aproximadamente. Las corporaciones japonesas pagan un porcentaje mayor de los ingresos tributarios totales que sus homólogas de muchas otras grandes economías avanzadas.

Una mayor igualdad de género en la economía impulsaría el crecimiento aquí y prácticamente en cualquier otro sitio. Y aunque las mujeres congregadas en esta sala puede que se sorprendan ante la idea de que el Japón actúe como líder político en cuestiones de género, lo cierto es que ha realizado grandes progresos en la materia en los últimos años.

Según datos de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), el índice de participación de las mujeres en la fuerza de trabajo se incrementó en tres puntos porcentuales entre 2011 y 2014, ayudando a compensar los efectos del rápido envejecimiento de la población activa del país. Existe mucho margen de mejora: las mujeres japonesas todavía están enormemente infrarrepresentadas en los cargos directivos. La cultura de largas horas extraordinarias no favorece a los progenitores, de ningún género. Pero se observan indicios de que existe voluntad política de mejorar: tras su reciente reelección, una de las primeras promesas del Primer Ministro Abe fue la gratuidad de la educación preescolar.

La inclusión nacional y la inclusión en el exterior son dos formas de combatir el populismo comercial. Ambas requieren tiempo.

Entretanto, el Japón puede seguir siendo un defensor activo del comercio abierto y, no menos importante, de la cooperación, institucionalizada y basada en normas, en materia de relaciones comerciales. En la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio que tendrá lugar en Buenos Aires en el mes de diciembre, por ejemplo, el Japón podría respaldar la adopción de una declaración propuesta sobre el comercio y el empoderamiento económico de las mujeres. En los ámbitos regional y bilateral, podría trabajar para garantizar que los acuerdos comerciales se complementen con apoyo especializado para garantizar que las mipymes puedan acceder a nuevas oportunidades de mercado.

Parece que el crecimiento y la creación de empleo empiezan a recuperarse en serio tanto en el Japón como en todo el mundo. El proteccionismo representa una de las mayores amenazas potenciales para la economía y para la cooperación internacional en otros ámbitos, como en el del cambio climático. No nos podemos permitir el fracaso del multilateralismo y la gobernanza mundial.